Los días que vivimos como humanidad parecieran ser cada día más complejos y azotados por situaciones que escapan a nuestras manos.
Afortunadamente para todos los que nos consideramos amantes del vino, siempre hay esperanza al descorchar una botella y lograr comprobar que todo el esfuerzo puesto por un productor se entrega a nuestro disfrute, con cada aroma y sabor que logramos aprovechar en cada sorbo.
Chile, mi país, no escapa de ello, mostrándonos desde hace años un incremento en diversidad que sorprende por la novedad, sus pequeños productores y un consistente camino de aquellos grandes que siempre han estado en las mesas del mundo entero.
Para entender a Chile
Tiene cerca de 4 mil km de costa, medidos de norte a sur, logrando ser uno de los países con mayor longitud en el mundo. No obstante lo anterior, en su zona más ancha alcanza apenas a los 160 km, entre las altas cimas de los Andes hasta la costa del Pacífico. La influencia fría de la cordillera de los Andes, como también la del océano Pacífico, hacen que las temperaturas frías de la noche y la mañana refresquen aun en los cálidos días del verano, donde la oscilación térmica logra en promedio entre 15 a 20 °C, incluso durante la temporada estival.
Esta realidad genera una impresionante similitud de terroir de norte a sur (unión de clima y suelo), pero una gran diferencia de suelos y clima, si analizamos la corta distancia entre las cordilleras camino al mar.
Para resumirlo, en realidad es más importante la ubicación del viñedo con relación a la costa o cordillera, que su ubicación hacia el norte o sur del país.
Uvas y cepajes chilenos
Hoy, los valles localizados al norte nos muestran impresionantes productos, como Tara de Ventisquero, demostrando que el desierto es mucho más que sólo el Valle del Limarí. O está Tabalí, un ya reconocido jugador del norte que logra sacarse de encima el estigma de vinos con exceso de madera, el cual nos enseña equilibrio y fruta provenientes de cuatro campos con distintas exposiciones y cercanías al mar, logrando consolidar el concepto de terroir como pocos.
Aconcagua es un gran valle que hoy se encuentra dividido en prácticamente dos grandes zonas: la zona continental y todo el borde costero, donde la concentración y cuerpo de variedades tintas del continente se enfrentan al frescor casi inimaginable que podemos encontrar en la zona costera.
Grandes empresas como Errazuriz, Montes y San Esteban tienen mucho que decir allí, sobre todo por haber apostado al desarrollo de la zona “Aconcagua Costa”, hasta lograr posicionarla en la mente de los consumidores como un referente de calidad (aunque no sea aún reconocida como DO).
Su continuación geográfica hacia el sur y continuando por la costa, inicialmente parte de Aconcagua, pero hoy identificada como Casablanca, Leyda y San Antonio, nos muestran una geografía de lomajes suaves, vegetación baja, nubes el 60 % del año y temperaturas más frías ideales para cepajes de clima frío, como lo son el Pinot Noir y Syrah como las tintas de mayor importancia del valle; Chardonnay reina siempre de las blancas, Sauvignon Blanc, Riesling y Gewürztraminer, apareciendo para demostrar que no sólo de cepajes tradicionales vive Chile.
Una larga tradición y esfuerzo
Importante destacar a empresas como Viña Leyda, Garcés Silva, Villard, Veramonte y por supuesto, Casa Marín, que desde sus inicios han porfiado por este sector como referente de vinos de calidad antes que cualquier otro valle.
Afortunadamente, sus esfuerzos y constancia hoy les permiten decir que las primeras plantaciones de Chardonnay en los albores de los años 80 plantadas por Pablo Morandé; lograron mostrar el camino para redactar una historia que actualmente tiene varios capítulos, y buenos capítulos debo decir, de buen vino, calidad y consistencia.
Vino que se obtiene con trabajo duro
El Valle del Maipo, ya en la zona continental y apenas a 60 km de Casablanca, vapuleado hace años por ser cuna de grandes empresas, ofrece hoy en día uno de los productos más consistentes en todas las franjas de precio, mostrando exclusividad como son los vinos íconos con base en Cabernet Sauvignon Viñedo Chadwick, Almaviva, Santa Rita Casa Real o Carmen Gold Label Reserve; como también la apuesta innovadora desde hace años de Isla de Maipo (zona poniente del valle), con ejemplos destacables como son De Martino y su propuesta de rescate de fruta en un valle atacado por sequía y escasez de mano de obra.
Además de los grandes, la porfía de medianos y pequeños, como el tradicional Cousiño Macul, Aquitania con sus apenas 18 ha y su excelente equilibrio frutal. O los pequeñísimos Viñateros de Raíz, donde Áureo y Jardinero; son los dos vinos de Syrah y una mezcla innovadora respectivamente; nos vuelven a demostrar que el valle tiene para rato, y que la calidad no se transa por menos agua o escasa mano de obra exista.
Impresionante que aun así, el Valle del Maipo sea uno de los valles que, rodeados de ciudad creciente, insista en crecer en hectáreas plantadas y apueste al trabajo con menos agua para lograr más concentración en un estilo y fortaleza del Cabernet, ya comprobado como uno de los mejores del mundo.
Otras ricas regiones de importancia
Apenas al sur y deslindando con el Maipo, el Valle de Cachapoal comienza tímidamente a despertar, ofreciendo un par de productos destacables, más allá de la gran apuesta Altaïr perteneciente al gigante grupo San Pedro, pero con algunos como Chateau Los Boldos, posicionándose en un rango de precio menor, pero tremendamente apetecido por los consumidores promedio, sobre todo los amantes de restaurantes más que de las largas guardas en cava.
Colchagua es un capítulo aparte, sobre todo por la impronta turística que le da vida a un valle dominado por estilos más concentrados y variedad de todo tipo; con Carménère como cepa emblema y hotelería para todos los gustos. Impresionante, repito, su capacidad de hoteles, tours, museos, paseos, degustaciones y eventos sin límite a la imaginación; para posicionar al vino como un referente de cultura, trabajo y salud, tanto en la comunidad local como en el visitante nacional o extranjero.
Como si esto fuera poco, Maule sigue demostrando que es un gigante aún dormido, que el secano costero es cuna de algunas de las vides más antiguas del país, y que la lucha contra las plantaciones masivas de pinos para la industria maderera se encontrará siempre con un defensor de la naturaleza y tradiciones del vino.
Propuestas qué considerar
VIGNO, por ejemplo, asociación que defiende parras viejas de Carignan, como base de la elaboración de vinos de alta gama con el fin de lograr un mejor precio por kilo para los pequeños agricultores de la zona. Es un ejemplo que varios comienzan a mirar con buenos ojos; para defender esa cultura de campo que se nos fuga entre los dedos frente a la ciudad y escapada de las nuevas generaciones a los centros urbanos.
Itata, casi en el extremo sur de la zona productora de vinos en Chile, es todavía un recóndito espacio donde la cepa País, también conocida como Criolla en Argentina o Mission en EU, es la base de vinos simples, de consumo diario y que adorna la mesa del trabajador del campo más tradicional de Chile.
Sorpresas por doquier
Sorpresas como el Pipeño, cuando está correctamente elaborado, son una delicia para quienes buscan el sentido de terroir casi sin intervención de mano humana. De la misma manera la convivencia con productos defectuosos hace que la experiencia pueda verse afectada cuando no tenemos un buen guía que nos indique dónde y a quién visitar para probar el fruto de su trabajo.
Un país al cual visitar
De todas maneras, un país impresionante que se caracteriza por diversidad y convivencia entre los grandes y clásicos. Y la tradición de un campo que se niega a morir, muy por el contrario, defiende sus tradiciones como siempre.
Chile, un país de sorpresas.
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