Se define como “dieta mediterránea” a la alimentación que sigue patrones de alimentación compartidos en algunos países del Mediterráneo como España, sur de Francia, sur de Italia, Grecia y Malta. Marruecos se suma cuando el 16 de noviembre de 2010, fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Esta dieta se caracteriza por el alto consumo de vegetales y frutas, pan y cereales, teniendo como base el trigo. El aceite de oliva, el vinagre y obviamente el vino, consumido moderadamente. Se habla de “la paradoja francesa” (1), cuando se constató que en Francia, España y algunos otros países de esta zona, consumían más grasa que en los Estados Unidos con una incidencia menor en cuanto a enfermedades cardiovasculares. Las conclusiones establecen que se debe al consumo de productos ricos en ácidos grasos monoinsaturados, al consumo de aceite de oliva, a la ingesta de pescado (en especial pescado azul, rico en ácidos grasos omega 3), y finalmente, al consumo del vino tinto.
Las primeras referencias científicas a una dieta mediterránea son del año 1948, cuando Leland G. Allbaugh estudió el modo de vida de los habitantes de la isla de Creta y, entre otros aspectos, comparó su alimentación con la de Grecia y Estados Unidos.
La reciente investigación realizada en el marco del Proyecto “Ciencia, Vino y Salud”, iniciada en 1997 en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Pontificia de Chile, demostró en su estudio que el consumo de vino, unido a la dieta mediterránea, conlleva un aumento de los ácidos grasos omega 3 en la sangre. Aunque el vino no contiene estos ácidos grasos esenciales, sus antioxidantes actúan protegiendo los ácidos grasos presentes en el tubo digestivo y en los tejidos. Se cita: “Para investigar el efecto de la dieta mediterránea y la dieta occidental (propia de EE.UU. y algunos países del norte y centro de Europa) con el consumo moderado de vino sobre la enfermedad cardiovascular y otras enfermedades crónicas, se realizó un estudio de intervención en dos grupos de 21 hombres jóvenes de entre 20 y 27 años. A un grupo se le proporcionó dieta tipo occidental (240 g diarios de frutas y verduras -2 raciones- y 32 ml de aceite de maravilla (soja y maíz). Al segundo grupo se le proporcionó una dieta tipo mediterránea, rica en frutas y verduras (5 porciones diarias, 32 ml de aceite de oliva), con un mayor consumo de pescado y pollo y menor de carnes rojas”.
El estudio duró tres meses. El primer mes los voluntarios consumieron la dieta que se les había asignado por sorteo, mediterránea u occidental. Durante el segundo mes, ambos grupos consumieron vino con su dieta (2 copas diarias -240 ml-). En el último mes se suprimió el vino y se continuó con la misma dieta.
Al comparar el grupo que consumió la dieta mediterránea con el de la dieta occidental, se encontró un perfil de ácidos grasos plasmáticos (en sangre) que se asocia a menor riesgo cardiovascular, principalmente por su mayor proporción en ácidos grasos poliinsaturados omega 3. El consumo de vino tinto mejoró aún más este perfil de ácidos grasos en el grupo con dieta mediterránea, al aumentar significativamente la proporción de ácidos grasos omega 3 (27,7%) y al disminuir la de ácidos grasos saturados (6%). Los resultados derivados del presente estudio demostraron que la comida sana (tipo mediterránea) y el vino se complementan, potenciándose los efectos saludables de ambos.
Fuente: Laboratorio de Nutrición Molecular, Facultad de Ciencias Biológicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile
(1) La “paradoja francesa” se refiere a que los franceses consumen una dieta rica en grasas y con todo, tienen los índices más bajos de enfermedades cardiovasculares en toda Europa. Esto se atribuye al consumo de vino tinto que es rico en antioxidantes (como los polifenoles y flavonoides) y que se asegura protegen además contra el cáncer. Lo anterior ha sido estudiado desde 1979 cuando investigadores británicos descubrieron que el consumo moderado de vino se reflejaba en menos enfermedades cardíacas. De hecho los antioxidantes destruyen los radicales libres que dañan al ADN, provocan un descenso del colesterol y de la presión arterial, incluso protegen contra enfermedades neurodegenerativas y estimulan el sistema inmunitario.
Existe incluso un proyecto llamado PARADOX que consiste en reunir todas estas propiedades en forma de un suplemento alimenticio sin alcohol elaborado con extracto de orujo de uva procesado, antes considerado como desecho. A dicho proyecto se han unido tanto laboratorios de investigación como fabricantes de alimentos y por supuesto, productores de vino de la Unión Europea. (Tomado de la página de la Comisión Europea, Investigación).
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