Hay que empezar afirmando algo: las salsas son mexicanas. Lo que también es cierto es que la cocina es de todos y que, si a la gente de una u otra parte del mundo le gusta un sabor, eventualmente lo hará suyo. Eso pasa entre mexicanos y americanos cuando se habla de salsas, esas que ni unos ni otros consideran propias, pero que el mercado ha sabido explotar desde hace décadas.
El origen del picante
Se sabe que los chiles (en todas sus infinitas variedades) son originarios de México, el Caribe, Centro y Sudamérica y que, antes de que Cristóbal Colón se encontrara de frente con las Américas, prácticamente no había comida picante en ninguna otra parte del mundo. Ni paprika, ni pimentón, ni harissa, ni picante en las cocinas de la India, China o thai.
No cabe duda de que los asiáticos se enamoraron de la sensación de arder comiendo su comida favorita, pero de lo que poco se habla es de lo mucho que los americanos disfrutan de las salsas picantes. Y la idea de que son mexicanas ha tenido un gran papel en ello.
Los gringos se enchilan con el kétchup
A pesar de que el estereotipo del americano que no come nada de picante es muy popular en México, en Estados Unidos la de las salsas picantes es una de las industrias con mayor valuación. El primer registro de una salsa picante en el país vecino es de 1807, mientras que su mayor despunte fue hacia 1950 cuando se plantaron los primeros chiles tabasco en el estado de Luisiana.
El nacimiento, en 1868 Tabasco, y su popularización a través de extraordinarias campañas de marketing, posicionó no solo al producto, sino también la idea de que era una salsa estadounidense hecha con chiles mexicanos.
El sueño americano
La década de los años ochentas del siglo pasado fue la época del esplendor del sueño americano. Miles de mexicoamericanos estaban amasando fortunas en el vecino del norte haciendo lo que mejor sabían hacer, cocinar con el corazón. Esto atrajo la atención de muchos migrantes que decidieron abandonar México en busca de una nueva vida y poner un restaurante siempre fue la opción.
Fue así como los americanos de grandes ciudades como Los Ángeles, Nueva York, Chicago o San Antonio se enamoraron del picante, de las salsas mexicanas y de las que ya eran comunes en el sur de Estados Unidos.
Las hijas de los migrantes
Pero no fueron únicamente los migrantes mexicanos, como José Luis Saavedra que fundó Tapatío en California en 1971, los que vieron un potencial enorme en hacer salsas para los americanos. En 1980, el vietnamita David Tran creó Sriracha. Para entonces, salsas de estilo mexicano como Pace Picante y Old El Paso eran las dueñas de los supermeracos y los comerciales de televisión.
Entre 1985 y ’90, las ventas de salsas mexicanas escalaron 16 % y estaban en la cima de su categoría, compitiendo con los más clásicos aderezos americanos. La capital de la salsa mexicana en E.U. siempre ha sido Los Ángeles, consumidores de más de 3 millones de galones al año desde 1990, gracias a la gran cantidad de migrantes y lo fusionada que está la cultura mexicana con la estadounidense en la ciudad californiana.
El gusto de los americanos está cambiando, en parte debido a la migración de personas de países con un gran aprecio por el picante, como México, Korea o Vietnam, pero también es el resultado de una gourmetización a nivel nacional. Todos quieren comer bien y las salsas picantes son una forma sencilla y económica de experimentar y, estamos seguros de que siempre habrá un mexicano para aprovecharlo.
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